Una vez, un niño conoció a una niña, y aunque eran muy diferentes, se hicieron muy buenos amigos. El niño era muy alegre y entusiasta, siempre con una sonrisa en el rostro. La niña, por su parte, era muy intelectual y reflexiva, siempre pasaba mucho tiempo leyendo y estudiando. Ambos eran muy diferentes, pero se comprendían muy bien.

Un día, el niño y la niña fueron a pasear al parque. Una vez allí, el niño se quedó prendado de la luna y el sol. Estaban tan cerca, brillaban con tanta fuerza… Se quedó mirando durante mucho tiempo. La niña, por su parte, se sentó en un banco a leer uno de sus libros.

De repente, el niño se dio cuenta de que la luna y el sol eran muy distintos, pero que sin embargo, se complementaban. El sol, con su luz, iluminaba el cielo, mientras que la luna con su luz de plata, daba un toque mágico a la noche.

El niño le contó todo esto a la niña, quien le escuchó con mucha atención. Al terminar de contar, le dijo al niño: ¿sabes qué? Esta historia es muy interesante para los niños. Deberíamos contarles a nuestros amigos sobre la luna y el sol y su bonita amistad. El niño asintió con la cabeza y la niña comenzó a contarles a sus amigos la historia.

Los niños estuvieron fascinados con el cuento de la luna y el sol. Es una bonita historia, dijeron unánimemente. Y así, la niña se convirtió en una auténtica cuentacuentos infantil.

A partir de entonces, siempre que los niños tenían alguna duda o pregunta, acudían a la niña para que les contara la historia de la luna y el sol. Y ella, con su entusiasmo, siempre les recordaba la moraleja: que nosotros también, aunque seamos diferentes, podemos ser amigos y complementarnos, como la luna y el sol.

Los niños quedaron encantados con esta moraleja, y desde entonces, siempre recordaban lo que la niña les había contado. Y así, esta bonita amistad entre la luna y el sol se convirtió en una de las historias favoritas de los niños.